Desindustrialización, desempleo, desprestigio de los partidos tradicionales: la crisis de 2001 sintetizó un estado de cosas particularmente visible en un conurbano que, a la vez, moldeó la manera de hacer política desde aquel trágico año hasta el presente. A continuación, un fragmento de El nudo, el libro que analiza ese proceso de nuestra historia contemporánea
El mediodía del 20 de diciembre de 2001, Horacio Rodríguez Larreta había organizado una reunión de su fundación, el Grupo Sophia. Esa red de jóvenes se había constituido ocho años antes como una derivación de tertulias más o menos informales que se realizaban en el departamento de Horacio Rodríguez Larreta padre, en Libertador y Bulnes. Aquel día el encuentro fue un almuerzo en Puerto Madero. Estaban Gustavo Lopetegui, Gonzalo Robredo, Martín Bohmer, Sergio Berensztein, Alec Oxenford, Martín Lousteau, Gabriel Martino, y Augusto Rodríguez Larreta, el hermano de Horacio.
Esta vez había un invitado estelar: Carlos Ruckauf, quien llegó acompañado de su esposa, María Isabel Zapatero. El lugar era apacible, pero el día no era uno común. Del otro lado de los docks la ciudad ardía. Hacía más de veinticuatro horas que el conurbano se agitaba con los saqueos a supermercados y comercios en los barrios más humildes, ejecutados por turbas enardecidas que, de a poco, habían tomado la Plaza de Mayo.
En contraste con ese vendaval, Ruckauf, que era el gobernador de la provincia de Buenos Aires, se mostraba sereno. A pesar de que el celular sonaba enloquecido, no lo atendía. Lo que estaba pasando afuera recién irrumpió en la mesa cuando Lopetegui recibió un mensaje de Nerio Peitiado, uno de sus socios en Eki Discount, la cadena de supermercados que administraba con Mario Quintana y que había apostado a expandirse con locales medianos por el Gran Buenos Aires. Lopetegui le transmitió el mensaje al gobernador: “Ya nos tomaron treinta sucursales y ahora está amenazado un centro de distribución”. Ruckauf se comunicó con su ministro de Seguridad, Juan José Álvarez, y le pidió que protegiera ese centro. Las noticias ya no permitían seguir almorzando.
Lousteau y Augusto Rodríguez Larreta dejaron Puerto Madero y caminaron hasta la calle Reconquista. Lousteau quería encontrarse con su hermana, que estaba en una de las innumerables manifestaciones que circulaban por el centro. De pronto, cerca del Banco Nación, se toparon con una granada de gas lacrimógeno lanzada por la policía. Augusto la tomó y la arrojó hacia atrás. El aire no se podía respirar. Envueltos por ese humo, Lousteau comentó: “De esto que estamos viendo va a salir algo nuevo. No sé cómo será. Pero no va a ser bueno”.
La ciudad de Buenos Aires estaba asistiendo a la irrupción más dramática del conurbano. Ese 20 de diciembre, las columnas se habían estado desplazando desde la noche anterior hacia la plaza de Mayo. Era otro 17 de octubre, pero muy distinto del original. Los que llegaban no eran los trabajadores, sino quienes habían dejado de serlo. Esta nueva movilización expresaba a una Argentina que venía, en muy buena medida, a cancelar aquella otra identificada con el ascenso de Perón. Llegaban los desocupados de un modelo industrial-proteccionista que arrastraba su agotamiento desde hacía décadas y que la convertibilidad, en su última fase recesiva, había hecho colapsar.
En medio de la humareda deambulaban las víctimas de la desindustrialización. Existe una discusión bastante desordenada, en la política y también en la bibliografía académica, acerca de la naturaleza de esta nueva marcha hacia la Casa Rosada: cuánto tuvo de espontánea; cuánto de organizada. Detrás de esta controversia anida otra pregunta: el estallido del 19 y 20 de diciembre, lo que se recuerda como “la crisis de 2001″, ¿fue un golpe orquestado por el peronismo contra De la Rúa? Es importante ajustar la lente sobre estos acontecimientos, porque de ellos derivan fenómenos cruciales que persisten hasta ahora. En muchas dimensiones, la sociedad argentina todavía no salió de la crisis del año 2001.