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Un relato de la Argentina en liquidación

La porteña Avenida Córdoba se pobló de nuevos caminantes. Termo en brazo y mate en mano (envidiable habilidad) un sinfín de uruguayos renovaron los negocios y outlets de ese particular paraje de Palermo que comienza en Scalabrini Ortiz y termina en Juan B. Justo y que se extiende por calles paralelas y perpendiculares. Algo parecido se vive en ciudades de frontera donde largas, muy largas filas de autos uruguayos y paraguayos (menos brasileños, pero los hay) aprovechan los feriados y fines de semana largos para hacer valer su situación de «nuevo rico del barrio».

Luis Lacalle Pou, presidente uruguayo sostuvo que «estamos con un problema con Argentina porque los precios son extremadamente baratos», en referencia a las quejas de los comerciantes de frontera de su país. Lo que para nosotros es inaccesible, para los vecinos es «muy barato». El relato lo hizo. Agudizar las contradicciones es una de las mejores y más fracasadas tácticas para cambiar algo, lo que sea. Igual fracasa. Pero ni siquiera hicieron pobre a más del 40% de la población por una razón ideológica. Ponga usted el adjetivo/sustantivo/verbo que merecen…

Incluso hubo una anécdota -patética para nosotros- con una turista que tuvo problemas para subir al ¡¡avión!! que la llevaría a Chile por el enorme volumen de su compra (mucho papel higiénico y rollos de cocina, posta). Ya están formalizados precios «especiales» en las estaciones de servicio para no dejar sin combustible a los autos con matrícula argentina, amenazados por las billeteras de los vehículos extranjeros.

Toda la frontera terrestre argentina es una especie de mega shopping de papel higiénico, detergentes, harina, galletitas, arroces, shampoo, jabón para la ropa, acondicionadores, lavandinas y el grueso de los bienes de consumo habitual.

Excepto los electrónicos, por supuesto, que en la Argentina son carísimos hasta para los vecinos de la región que vacían las góndolas de supermercados. Tampoco la indumentaria, que también se beneficia de un sistema prebendario que la hace inaccesible para propios y ajenos. El almacén manda. Y los argentinos somos más pobres de lo que creemos. Y los precios aquí suben en avión, licuando los ingresos que los ven despegar con lágrimas en los ojos.

No se trata de personas de alto poder adquisitivo. En muchos casos, mandan a sus hijos a escuelas y hospitales argentinos. Y forman parte, en su mayoría, de esa mixtura cultural, social y económica que se genera en las fronteras y que desde Buenos Aires o el Interior es difícil de entender.

La explicación de este comportamiento es simple: los argentinos son los que menos ganan en dólares (libres en todos los casos) de toda la región. En Uruguay, por caso, el salario promedio son US$700 dólares; en la Argentina, US$220. En Paraguay promedia unos US$500 y en Chile rozan los US$800.

Los precios argentino son muy bajos para alguien que llegue con dólares. Sus ingresos se multiplican, al menos, por cuatro. Exactamente al revés de la época del «deme dos», allá lejos y hace tiempo. Y paradójicamente, es más barato (y factible) comprar neumáticos o algún electrónico en algún país vecino que aquí. El caso de Bolivia, por ejemplo, es un ejemplo perfecto de una puerta giratoria.

No se trata de una apuesta por «la dolarización», porque en ese caso, estimados lectores, sus actuales ingresos en pesos se dividirían por un dólar que podría costar $500 o $1.000. Haga la prueba: divida lo que gana por $400 (se lo dejé barato) y esos son los dólares que cobraría. ¿Es negocio? Mmmm, no parece. Tampoco sería un freno definitivo a la inflación, como lo vivimos aquí con la convertibilidad. Ni se trata de romper todo. De la tierra arrasada sólo crecen plantas rastreras.

La pregunta aparece de inmediato: ¿por qué ellos pueden llenar changuitos de supermercados y nosotros no? ¿Tan mal están las cosas en el país y sobre todo en el bolsillo de los argentinos para que esto suceda? Y sobre todo ¿por qué no hacen algo para salir de esto? ¿Tan pobres nos volvimos en pocos años? ¿No somos el país bendecido por el clima, sin guerras ni odio por color de piel o religión? Si Dios es argentino, como dicen los profetas del optimismo irracional, habría que decirle que el pueblo israelí deambuló 40 años por el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Nosotros, en tanto, vamos por 50 años de duro trajinar la Argentina para encontrar un país normalito. Y el maná cada día está más caro.

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