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Redes sociales. La inesperada decisión de padres que empieza a sumar adeptos

La búsqueda de tiempo, eficiencia y, primordialmente, la preservación de la salud mental de los hijos impulsa a un número creciente de padres a tomar una decisión radical en la era digital: desconectarse de las redes sociales. Así lo refleja el testimonio de Alfredo Walker, empresario gastronómico, quien experimentó una profunda «alegría» y «alivio» al darse de baja de sus perfiles. «Me siento más feliz y eficiente sin ellas», asegura Walker, según una nota publicada en La Nación.

En una era dominada por la omnipresencia de las pantallas, una tendencia silenciosa pero significativa está ganando terreno: padres que eligen desconectarse del torbellino de las redes sociales. Motivados por el deseo de ganar tiempo, ser más eficientes y, fundamentalmente, preservar la salud mental de sus hijos – y la propia –, estos adultos están apagando las notificaciones y, en algunos casos, cerrando sus perfiles personales. Su testimonio se erige como una reflexión poderosa sobre el riesgoso circuito de recompensas que generan las plataformas digitales y el impacto en la vida familiar.

Alfredo Walker, empresario gastronómico y padre de cuatro, describe una sensación de «alivio» tras seis meses de alejamiento de las redes. «No sentí un vacío. Todo lo contrario. Sentí una alegría difícil de explicar. Algo así como un alivio de no tener que entrar a ver», confiesa. Su decisión, impulsada por la búsqueda de una vida más plena y un mejor ejemplo para sus hijos, le ha regalado «dos horas extras» al día, antes consumidas por el scroll infinito en Instagram y X (antes Twitter). «Ahora miro mucho menos el celular, no está esa motivación de pasar el tiempo en una red. Pero soy mucho más eficiente. Creo que no me aportaba nada», reflexiona.

La motivación trasciende el bienestar personal. Estos padres son conscientes del espejo que proyectan hacia sus hijos, especialmente aquellos más vulnerables a los efectos nocivos del mundo virtual. El tiempo ganado se invierte en actividades propias y, crucialmente, en reforzar los vínculos familiares. «Siento que puedo escucharlos mejor ahora. Sin distracciones», asegura Walker, quien aboga por predicar con el ejemplo en lugar de imponer prohibiciones a los adolescentes.

Lala Bruzoni, licenciada en comunicación y emprendedora con más de 22.700 seguidores en Instagram, tomó una decisión similar y cerró su cuenta personal para enfocarse en su rol como madre de cuatro hijos. «Dejaré de tener redes de uso personal como decisión de paz y para ser el ejemplo de mis cuatro hijos», anunció. Ahora, su presencia digital se limita a su cuenta profesional, The Gelatina, dedicada a contenido de salud y vida consciente.

Bruzoni, quien ya había experimentado el «FOMO» (miedo a perderse algo) en un intento anterior de desconexión, revela una profunda preocupación por el impacto de la irrealidad mostrada en redes sobre la salud mental de los jóvenes. «Me impactó mucho el efecto que puede tener mostrar algo que no sos. Puede dañar la salud mental de los adolescentes y de la gente en general. Tu vida no es lo que muestran las fotos sino lo que hay entre una foto y otra. Pero con el agravante de que genera un daño en la salud mental de quien lo consume. No es real. Pero el daño sí», advierte. Su reflexión la lleva a una predicción sombría: «Yo siempre digo que en unos años vamos a ser más los que morimos de tristeza que de viejos. ¿Y de dónde viene esa tristeza? De disociarnos, de mostrar una cosa y vivir otra».

La preocupación por el bienestar de los jóvenes inmersos en las pantallas resuena en el testimonio de estos padres. Walker se refiere a la serie «Adolescencia» como un reflejo de los desafíos que enfrentan los padres para anticipar los problemas de sus hijos en un entorno digitalizado. Bruzoni, por su parte, enfatiza la necesidad de un ejemplo coherente por parte de los adultos. «Si pasan más de 12 horas conectados, si duermen mal, si sienten que tienen que ser populares y un traspié en una red les puede arruinar la vida, no pueden crecer libres y sanos. Los padres tenemos que hacer algo», sentencia.

La ciencia respalda estas preocupaciones. El término «brain rot» (deterioro cerebral) fue elegido como la palabra del año 2024 por Oxford University Press, reflejando la creciente inquietud por los efectos adversos del consumo excesivo de contenido digital. Anna Lembke, experta en medicina de adicciones, explica que el uso compulsivo de redes sociales altera los mecanismos de recompensa del cerebro, liberando dopamina de forma adictiva. Este ciclo constante puede llevar a la apatía, la ansiedad y la dependencia del celular. La «desintoxicación digital», idealmente prolongada, permite al cerebro restablecer sus vías de recompensa y recuperar el equilibrio neuroquímico.

El neuropsicólogo Diego Maximiliano Herrera describe el circuito nocivo generado por la tecnología como una «máquina tragamonedas» que activa un condicionamiento intermitente, generando ansiedad y depresión en los usuarios, especialmente en los adolescentes. «La actitud siempre vigilante sobre el teléfono fomenta el estado ansioso… Al ser impredecible, genera una relación adictiva», explica.

Para aquellos que buscan reducir su tiempo en pantalla sin un abandono radical, Herrera sugiere diseños minimalistas en las aplicaciones y la invitación a conversaciones sin la omnipresencia del celular. «También es bueno detectar en nosotros las conductas de chequeo y control, ya que estas mismas refuerzan la compulsión al celular y el malestar emocional que posteriormente se experimenta», apunta.

La psicóloga Débora Blanca aboga por priorizar las conexiones humanas genuinas sobre la inmediatez virtual. «Yo quiero hablar con personas, no con máquinas… elijo lo mediato a lo inmediato, el conocimiento a la información, la reflexión a la actuación, lo duradero a lo efímero, la experiencia a la vivencia», concluye, evocando la simplicidad de los teléfonos no inteligentes que fomentaban la interacción cara a cara.

Esta creciente ola de padres que eligen la desconexión consciente no es solo un acto individual, sino un potente mensaje en una sociedad cada vez más dependiente de las pantallas: la salud mental y los vínculos reales merecen ser priorizados, incluso si eso implica desafiar las normas del mundo digital.

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