El antagonismo ideológico y dialéctico que profesa cada una de las partes se vuelve una pelea práctica en la que Milei saca provecho de cada drama ciudadano con el que puede golpear al gobernador
Una máxima no escrita que siguen y han seguido muchos presidentes y gobernadores es no exponer su gestión al resultado de la lucha contra la inseguridad porque es una competencia en la que no se puede salir airoso. Basta un solo crimen horrendo para borrar cualquier estadística positiva, dice la premisa. Eso es lo que intentó e intenta hacer Axel Kicillof, siguiendo la cátedra magistral dictada en la materia por el matrimonio Kirchner. Pero cada vez se le dificulta más la táctica y hoy atraviesa sus horas más complejas.
Tres asesinatos de altísimo impacto y (encima) un caso de gatillo fácil protagonizado por agentes de la policía bonaerense, hundieron en menos de diez días al gobernador bonaerense en la ciénaga de la que ha estado tratando de alejarse desde que asumió el cargo hace 5 años, cuando decidió delegar la tarea y, sobre todo, el juicio público en el estruendoso Sergio Berni.
Ahora el médico militar ya no es más el ministro del área y ni él ni sus grandilocuentes escenificaciones dominan la agenda pública ni se llevan las marcas. La personalidad y la actuación pública de su sucesor, Javier Alonso, se ubican en las antípodas y su silenciosa sombra, más la buena relación que mantiene con la ministra mileísta Patricia Bullrich, desplazan el foco y lo posan sobre el sillón de Dardo Rocha.
Los reclamos públicos de familiares, amigos y vecinos de las víctimas, la creciente preocupación ciudadana por la inseguridad que reflejan las encuestas, la atención que dedican a esos crímenes los medios de comunicación y la potenciación de los hechos por parte de los adversarios llegan en el momento más crítico de la situación política de Kicillof, tanto en el frente interno como en externo.
Javier Milei y Cristina Kirchner son las dos caras protagónicas de la sucesión de pesadillas que desvelan a quien alguna vez fue elegido como hijo político de la expresidenta y al que ahora le discuten la herencia y le critican la gestión. Una tormenta perfecta que lo tiene a la intemperie y sin respuestas eficaces.
Para el gobierno nacional, encarnado en esta disputa por el propio Presidente y por la combativa Bullrich, el gobernador es el blanco perfecto. El antagonismo ideológico y dialéctico que profesa cada una de las partes se vuelve una pelea práctica en la que el libertario saca provecho de cada drama ciudadano concreto con el que puede golpear a Kicillof.
Todo lo que le resta al gobernador no lo suma, sino que el Presidente lo multiplica narrativamente a su favor. Al menos por ahora. Mientras los reclamos y el malestar crecientes no trasciendan los límites del Riachuelo y la General Paz. Algo que conviene no descartar nunca en esa frontera que suele volverse invisible para la sociedad cuando la tragedia golpea a las puertas de los ciudadanos comunes y las culpas no reparan en geografías ni jurisdicciones.
“Axel está en una encrucijada para posicionarse entre la mano dura/gatillo fácil de Bullrich-Espert y el garantismo zafaroniano del kirchnerismo. Pero tenemos que hacernos cargo de la cuestión de la inseguridad y enfrentarla con firmeza sin dejar dudas. La propia Cristina lo admitió hace un tiempo, pero ella lo dijo y no lo hizo o, en todo caso, lo tercerizó”, admite un consejero de la gobernación que advierte y asume las contradicciones y limitaciones del espacio.
La discusión sobre una mayor presencia de fuerzas federales en la provincia de Buenos Aires, que el ministro de infraestructura provincial, Gabriel Katopodis, reclamó públicamente hace unos días, pone en evidencia las múltiples dimensiones y derivaciones de la disputa por la seguridad.
La reticencia del propio Kicillof a formular personalmente ese pedido refleja, como lo reconocen en el gobierno provincial, su temor a mostrarse débil, tanto ante Milei como ante Cristina. Es una pinza que lo aprieta demasiado.
Por eso, el gobernador privilegia el reclamo por los $700.000 millones de pesos que aduce le adeuda la Nación del Fondo de Seguridad. Un reclamo sin destino ante el dueño de la motosierra.
“¿Qué quieren, un ruego público de Axel? ¿Una puesta en escena? Si ya se está trabajando en el desembarco y se están coordinando tareas ente Bullrich y Alonso, no hace falta nada más. Que Milei y Bullrich se hagan cargo de sus obligaciones”, dicen los voceros del gobernador en una admisión de su dilema.
Del lado de la ministra nacional aducen situaciones formales, tanto como admiten cuestiones políticas para concretar algún acuerdo destinado a ampliar la presencia de gendarmes en el territorio bonaerense, como se hizo en Santa Fe.
“No quieren pedirlo formalmente porque para ellos es como tirar la toalla. Pero nosotros necesitamos una institucionalidad y un reconocimiento de la emergencia por la que están pasando, porque, además, se les ha agravado mucho el tema de corrupción en las fuerzas de seguridad de la provincia. Los números no son tan, tan terribles, pero el problema es que Kicillof y sus funcionarios no aceptan que no se puede combatir el delito con una policía que es parte del delito. Que hagan como [el gobernador de Santa Fe] Maxi Pullaro, que lo pidió públicamente”, argumentan y acusan desde el ministerio nacional.
Solo hay que insistir con algunas preguntas para que asomen otras facetas del desencuentro, tal vez tanto o más relevantes: “No podemos trabajar con quien hace política contra nosotros, como Kicillof. Eso condiciona. Nos votaron todas las leyes en contra”, se sinceran muy cerca de Bullrich.
En medio de esa batalla, ciudadanos comunes, intendentes, dirigentes políticos y sociales y líderes religiosos con presencia en el territorio provincial padecen y advierten el aumento de la problemática de la inseguridad, derivada, sobre todo, del consumo y comercialización de drogas ilegales. Un flagelo en el que las fuerzas de seguridad no parecen colaborar demasiado en la lucha, sino que sobran los casos en los que ofician de garantes de la expansión del negocio.
Por eso los intendentes, aún los propios, se empiezan a sumar a la presión sobre Kicillof en demanda de soluciones por la inseguridad.
“Ya sabemos que el día de las elecciones los reclamos por el choreo y los asesinatos caen sobre nosotros en las urnas y no solo nos votan o no nos votan por las obras que hacemos o dejamos de hacer. Por eso, necesitamos que el gobierno provincial haga algo o nos ceda más recursos y potestades. Acá la gente tiene dos preocupaciones: perder la vida en un choreo a manos de un fisura [adicto] y las penurias por la situación económica. Están entre la muerte y la mala vida”, explica uno de los barones de un municipio del conurbano donde se han producido algunos de los casos de mayor resonancia de los últimos meses.
Así, el problema que aqueja a Kicillof no es solo una cuestión de posicionamiento y de políticas en materia de seguridad. El campo de batalla es mucho más amplio en actores, temáticas e intereses en conflicto.
Detrás de todo esto hay, además, una disputa de sentido político, económico, social y cultural con el mileísmo y una pelea política-partidaria de cara a la próxima elección presidencial.
Ese derrotero tiene una cuestión nodal por resolver: la herencia o el enfrentamiento con Cristina Kirchner en la interna peronista. Los avatares de la gestión, con la seguridad al frente, y los prolegómenos de las elecciones legislativas de este año ofician como batallas preliminares en las dos dimensiones.
“A Axel le sirve que lo suban al ring central y enfrentarse con el gobierno nacional y que esa pelea no quede reducida a Milei y Cristina, que es lo que les conviene a los dos y, por eso, la fomentan. Pero el problema es que él no logra despegarse de Cristina y que Milei lo deja pegado a ella cuando lo enfrenta”, señala un alto funcionario bonaerense.
Mientras tanto, el cristicamporismo, golpeado en la última semana por la exposición de la crisis de autoridad que sufrió su jefa con la dispersión de diputados en la votación por la suspensión de las PASO, se solaza viendo a Kicillof y los suyos atrapados en el laberinto de la inseguridad.
“Los puentes hoy están cortados. No hay ningún diálogo ni intentos para que se produzca”, dicen tres altas fuentes del kicillofismo respecto de la relación con el cristicamporismo. La definición, aclaran, cabe para Cristina Kirchner y, mucho más, para su Máximo hijo.
En el entorno del gobernador, al mismo tiempo, dudan de las versiones que le llegan sobre supuestas discusiones entre madre e hijo, en las que ella tendría una postura más pragmática.
“Cristina está a full para evitar que se le disperse la dirigencia peronista en todo el país. Salvo a nosotros, los llama a todos y los reúne en el Instituto Patria o en un lugar de San Telmo. Pero no le está yendo bien. Cada cual hace la que le conviene. El caso más evidente es el de Santa Fe, donde, al final, el peronismo va a ir a la elección para constituyentes dividido en tres y no solo va a perder sino que al que mejor le va a ir es a Marcelo Lewandowski, que se le plantó en la cara”, dicen en La Plata, donde parecen llevar un registro preciso de esos tropiezos que padece la jefa.
De todas maneras, en los dos bandos coinciden que, al final, por una cuestión de supervivencia no habrá ruptura entre Cristina y Kicillof, pero sí una inevitable diferenciación. Ese escenario incluye algún tipo de desdoblamiento electoral para despegar la suerte de las listas provinciales de la nacional. Exactamente lo que no quiere la presidenta del Partido Justicialista.
“Damos por hecho que las PASO nacionales se van a suspender, pero sacar las provinciales hay que hacerlo por ley, cosa que no vemos probable. En ese caso se va a dar un desdoblamiento de hecho, ya que habrá una elección provincial antes de la nacional”, explica uno de los referentes del kicillofismo que goza de cierta autonomía.
“En caso de que se consiga el número para suspenderlas en provincia, de cualquier manera también se van a despegar porque en Nación rige la boleta única, así que habrá, como mínimo, urnas separadas”, agrega la fuente.
A eso se suma una variante que implica no solo un desdoblamiento sino también una postergación, en lugar de un adelantamiento, para que las elecciones provinciales se hagan después de las nacionales, en noviembre. Es lo que alientan referentes del massismo y miran con alguna simpatía cerca del gobernador.
Kicillof, dicen en su entorno, está decidido a dar los pasos necesarios para convertirse en una opción política nacional para 2027, aún cuando eso implique asumir riesgos en la elección provincial de este año. No serán pocos.
A su gestión no le faltan sombras, como reconocen hasta los propios, y le sobran los adversarios calificados.
Mientras tanto, el jaqueado gobernador intenta consolidar la base de los que lo ven como la palanca (o la cuña) capaz de correr el techo kirchnerista. Una cuarentena de intendentes figuran en esa avanzada, que, por ahora, no trasciende de las fronteras provinciales.
El puente entre este presente complejo y ese futuro imaginado está signado por el tránsito de estas horas difíciles. Tal vez, las más complicadas de la carrera política de Kicillof.
Le sobran los desafíos políticos y de gestión y está obligado a encontrar soluciones, ante una sociedad saturada de problemas y hastiada del pasado fallido y presionado por la pinza que manipulan Milei y Cristina Kirchner.