Lo sucedido este martes con el voto mayoritario de la Sala Penal, en especial por el cambio de criterio de la vocal Gisela Schumacher, para habilitarlos a Sergio Urribarri, Pedro Báez y el cuñado siempre listo, Juan Pablo Aguilera, para ir a la Corte Suprema de Justicia de la Nación y evitar así, por varios años, el cumplimiento de la condena a prisión, fue de las cosas más vergonzosas de la justicia de las últimas décadas.
Fue lo más parecido a una tomada de pelo entre jueces de diferentes escalones y sin que nadie diga nada, salvo honrosas excepciones. ¿En el gobierno entrerriano, en el oficialismo, nadie tomó nota de esto? Porque no hubo ni una línea, ni una voz que dijera algo, más allá del respeto de los poderes y la institucionalidad que se pregona. Y no está bien, porque es un claro retroceso del sistema judicial entrerriano.
El recorrido de la integrante del Superior Tribunal de Justicia y a la vez pareja de quien era presidente de la Cámara de Diputados en la gestión anterior, Ángel Giano, hombre clave de Urribarri en sus dos mandatos y amigo personal del condenado Pedro Báez (desde el gobierno municipal de Hernán Orduna, en que ambos fueron funcionarios del gabinete), fue patético. Porque con su voto contradictorio con lo que ella misma había decidido antes, se mostró claramente el pacto sin firma acordado con su pareja, con Urribarri y también con su jefa natural, la exabogada del exgobernador, Claudia Mizawak, quien tuvo trabajando en su estudio jurídico a Gisela Schumacher. Incluso, cuando Mizawak fue nombrada como fiscal de Estado no dudó en llevar a ese lugar a Schumacher, y luego también la nombró secretaria del STJ cuando Mizawak accedió al cargo de vocal. Y como no hay dos sin tres ni cuatro, Mizawak fue jurado en su concurso y (habiendo sido su socia) la evaluó y le puso un 10 de puntaje, para que pueda acceder al cargo de camarista. Favores y más favores.
Lo sucedido con la condena del Megajuicio (cuyos condenados, insistimos, podrán seguir en libertad por varios años, hasta que la Corte Suprema se decida a resolver) es penoso, porque en esa causa intervinieron en decisiones trascendentes al menos nueve jueces. Y a muchos nos recuerda al cómico del cine en blanco y negro Groucho Marx.
Se le atribuye a Groucho la frase “Tengo mis principios, pero también tengo otros”, de la que Gisela Schumacher parece ser una ferviente creyente y admiradora. En la misma causa y con las mismas personas involucradas, entra las que se destaca Urribarri, dijo en abril -o sea no más de 6 meses- que no había motivo para conceder un recurso extraordinario para ir a la Corte. Pasó el tiempo y ahora dijo todo lo contrario. Vaya a saber si cuando la Corte se decida, Urribarri ya no estará en condiciones de solicitar una prisión domiciliaria y así no llegar nunca a la cárcel, como se dispuso en el fallo de 2022, que fue una sentencia histórica.
En un país serio, Schumacher no duraría cinco minutos en un sillón de un máximo tribunal y ya tendría un juicio político en marcha. Pero el problema más grave es el retroceso, porque la pregunta en estos días fue si realmente estamos en una provincia seria, con autoridades judiciales serias que demuestren honorabilidad, coherencia, contracción al trabajo, independencia, conducta ética y profesionalismo.
El núcleo de la institucionalidad, la administración de justicia, se asemeja más a una comedia. El expresidente del STJ, Emilio Castrillón peleándose a los gritos con un kiosquero o con situaciones de violencia género; la vocal Susana Medina de Rizzo fotografiándose como si nada con Karina Milei para aspirar a la Corte Suprema y Schumacher cambiando el sentido del voto al calor de la proximidad de su condenado a ingresar a las rejas y para cumplirle el favor a los dirigentes que la nombraron y cobijaron en estos últimos años.
No fue casual que incluso la hayan nombrado dos días antes de que se inicie el Jury a Cecilia Goyeneche, para que participe como jurado y sea un voto cantado condenatorio a la exprocuradora adjunta, siguiendo probablemente las órdenes del oficialismo gobernante y del propio urribarrismo. Está visto que nada es casualidad. Pero seguimos mirando para otro lado y casi nadie dice nada.
Lo que parece trágico se convierte en cómico. Como el dicho de Groucho Marx. Produce risa. Y en verdad no deja de ser una vergüenza. Un episodio deshonroso que por años llevarán sobre sus espaldas los que lo propiciaron. Y tendrán que hacerse cargo.
(*) Editorial formulada en el programa de televisión “Cuestión de Fondo” (Canal 9, Litoral).
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