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Milei activó los airbags cuando se encendieron las luces de alerta

Asumió que no podía exponerse a otra semana negra e intervino en persona para hacer reaccionar a su equipo; la preocupación por Francos y el ultimátum de Macri

Todavía imperaba el calor intenso que rige en los febreros. El presidente Javier Milei dejó por un rato la quinta de Olivos y se trasladó a terreno “neutral”, un departamento en el centro porteño. Allí había citado al vicepresidente de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz. Estaba enojado porque el mega DNU que había firmado dos meses antes, y que había sido judicializado, no era ratificado por el máximo tribunal. Visiblemente ofuscado, apenas se saludaron, Milei le enrostró su demanda: “Quiero que esto salga ya. A mí me votó la gente”. Era la primera vez que se veían y ya el diálogo estaba tenso. El juez, hombre de rostro adusto por naturaleza, le respondió: “No nos gusta ser árbitros de la república si no es agonalmente necesario. No hablo de casos particulares. Estamos en tiempos normales para fallar”.

Al presidente le quedó claro que el DNU no tenía destino allí y aprovechó para comentarle su intención de proponer dos nombres para la Corte, que admitió que le había sugerido Ricardo Lorenzetti, con quien se jactó de conversar con frecuencia. Eran Ariel Lijo y Miguel Licht, actual presidente del Tribunal Fiscal de la Nación. Rosencrantz le dejó en claro que para él la incorporación de Lijo iba a desprestigiar al tribunal y desnaturalizar los valores que creían defender. La conversación no progresó. Fue la última vez que se vieron. Milei asumió que había fracasado su intento por reorientar a una Corte “opositora” a la que le atribuye la intención de disputarle su poder. A las pocas semanas, Milei propuso a Lijo y, aconsejado por Santiago Caputo, cambió a Licht por Manuel García-Mansilla. Optó por el desembarco. Y allí está hoy, empantanado en las puertas de Leningrado.

La gestión de Milei está atravesada por tres líneas de tensión. La primera contrapone dos nociones de legitimidad institucional. Su impronta está marcada por una institucionalidad popular, surgida del voto del año pasado, avalada por el apoyo vigente de la opinión pública, y refrendada a diario en el universo virtual de las redes. Allí él se mueve con completa familiaridad; es su dominio absoluto; en ese ecosistema ninguna otra figura alcanza a desafiarlo. Pero esa dimensión convive con la institucionalidad republicana y constitucional, que introduce a actores como el Congreso o la Justicia, y en donde el poder libertario es mínimo. Allí Milei debe lidiar con reglas que desprecia y con jugadores a los que desearía doblegar simplemente imponiéndoles el peso del aval social. En términos del Presidente sería una disputa entre la gente y la casta; pero es más que eso, son dos cosmovisiones de la institucionalidad que deberían estar correlacionadas, pero que producto del excepcional estado de crisis que derivó en la elección libertaria quedaron desfasadas. Hay dos placas del sistema que no encajan y que se desacoplan todo el tiempo. El diálogo estival entre Milei y Rosenkrantz lo ilustra.

La segunda línea de tensión es una derivación de la primera, y exhibe una diferenciación entre la necesidad de Milei de reforzar todo el tiempo su identidad de outsider, diferenciada de la política clásica, y el inevitable pragmatismo al que debe recurrir cuando ve los límites que le impone el sistema. Por eso opera todo el tiempo en dos planos: él cuida el perfil de antipolítico que le permitió ganar la elección, casi en modo de candidato eterno; mientras tanto, habilita a sus operadores a destrabar las negociaciones con aliados y opositores. Él busca permanecer en el plano de la construcción simbólica, y evita descender al barro de la casta. Eso le permite mantener sus rasgos distintivos, aunque muchas veces paga los costos de su prescindencia terrenal.

Y el tercer nivel de tensión surge entre la tendencia natural de Milei de focalizarse casi exclusivamente en la agenda económica, de ser un presidente monotemático, y la irrupción del resto del ideario libertario, vinculado a una agenda inmaterial, que va desde la reivindicación de la dictadura y el rechazo a la agenda de género, al aborto y la penalización de menores. Cuando el Gobierno consigue exhibir un relato económico convincente, casi siempre acompañado en su punto fuerte que es la baja de la inflación (la última encuesta de Opinaia muestra cómo es el único logro económico reconocible por la gente), el mensaje se ordena y Milei logra centralidad total. La demanda de mejora económica es lo que más unifica -junto con la lucha anticasta- al 56% de los votantes del ballotage. Cuando la agenda se fragmenta y emergen los temas inmateriales, el discurso oficial se dispersa, los voceros lucen desconectados y la adhesión se repliega sobre el voto duro libertario, más cercano al 30% de la primera vuelta. No logra el mismo efecto Milei implacable con el equilibrio fiscal, que Mariano Cuneo Libarona enrollado con las cuestiones de género.

En todos los episodios de las últimas semanas se vio un entrecruzamiento entre esas tres líneas de tensión porque se trata de un momento crucial para el Gobierno. Atraviesa una larga transición después de la primera etapa en la que logró aprobar la Ley Bases y el pacto fiscal, y amesetar la inflación. Ahora el desafío es cómo cruzar el río hasta alcanzar a la otra orilla, que en el imaginario de los votantes de Milei es verbalizado en los focus groups como “llegar a fin de mes, que la plata alcance” (según un estudio de este mes de la consultora Zuban Córdoba el 45% dijo que “no llega a fin de mes” y el 35% dijo que “llega con lo justo”). Como ese horizonte se aleja, el interregno se dilata y se desordena. Por eso el director de Isonomía Pablo Knopoff dice que “el Gobierno está entrando en un trimestre más complejo, con menos discusión sobre la inflación y más sobre la Argentina rota que está debajo de todo”.

El Milei del institucionalismo popular y el del perfil de outsider, leyó claramente la amenaza que se ceñía sobre su administración si se repetían semanas como la anterior, en la cual sufrió tres derrotas legislativas al hilo, y activó los airbags ante las luces de alerta que se encendieron. El martes, en vez de reunir al gabinete, instituyó una novedosa mesa chica política, que aglutinó a los otros vértices del triángulo de hierro, Karina Milei y Santiago Caputo, más Guillermo Francos, Patricia Bullrich, Manuel Adorni y Martín Menem. Allí se habló abiertamente de la necesidad de lograr una mayor coordinación entre los ministros, entre el Ejecutivo y el Legislativo y entre los bloques parlamentarios. Por primera vez, Milei se involucró en este nivel de cuestiones operativas. La semana negra había mostrado a su equipo sin reacción y expuesto a una peligrosa dinámica que aglutinó a opositores duros y aliados.

Sobrevolaron dos problemas que varios ministros vienen admitiendo en reserva. El primero es el desgaste de Francos, en su doble rol de jefe de Gabinete y ministro del Interior. Delegó la negociación por las jubilaciones en José Rolandi y se produjo una grave desconexión que después se la facturaron a él. El vicejefe trabajó con los senadores aliados sobre la base de un rechazo a tres artículos pensando en un posterior veto parcial, pero el mensaje no le llegó claro a Milei. El resultado ya es conocido: veto total y riesgo de una insistencia legislativa. Pero lo más relevante es el impacto social. El atraso de los haberes previsionales es un tópico transversal. Según un trabajo reciente de la Facultad de Psicología de la UBA, el 57% considera que la ley “es correcta y necesaria” y un 58% se manifestó en contra del veto presidencial. Es probable que crezca la presión sobre el Congreso.

Algo similar ocurrió con las tratativas del vicejefe de Interior, Lisandro Catalán. “Esta semana vinieron los dos para tratar de hacer una sesión con la Boleta Única y les tuvimos que decir que si la habilitábamos nos iban a meter el decreto de la SIDE y el financiamiento universitario (que Milei ya comentó que lo vetaría también). No son grandes jugadores de la política, son más técnicos”, se quejó uno de los legisladores que participó esta semana de un encuentro entre los dos funcionarios y senadores aliados como Juan Carlos Romero, Camau Espínola, Luis Juez, Edgardo Kueider y Pablo Blanco.

Por eso en una conversación privada que tuvo Milei esta semana, expresó su preocupación por el tema Francos: “Sé que Guillermo está sobrepasado. Estoy trabajando en eso. Quiero cuidarlo porque hace un aporte muy importante”.

El agotamiento de Francos también tiene relación con el segundo tema que sobrevoló el martes: la omnipresencia de Santiago Caputo en todas las áreas de gestión y los ruidos internos que eso acarrea. Los gobernadores de Juntos por el Cambio todavía recuerdan la última reunión con el jefe de Gabinete. Después de una hora de conversación ingresó el asesor estrella, y el diálogo empezó de cero, pero con Caputo como interlocutor y Francos como mero testigo. Francos ya está de vuelta en su carrera política y no se autoflagela por estas situaciones, pero tampoco le simpatizan. Esta realidad convive con el hecho fáctico de que Caputo se transformó en una pieza esencial para Milei. De hecho el Presidente atribuye parte de las desgracias de la semana anterior a que su asesor estuvo de vacaciones y fuera de acción.

El miércoles fue el día del cambio de menú. Milei cenó entraña con Mauricio Macri, en vez de las milanesas habituales. El expresidente concurrió por cuarta semana seguida a Olivos con la sensación de que mientras la relación personal fluye en el mismo idioma, después el diálogo se descompone en la traducción a los hechos. Pero esta vez su mensaje tuvo otro tono. A su entorno Macri le comentó después: “Hemos hablado tanto de estos temas que si en los próximos 30 días no hay una coherencia entre las charlas y los hechos, va a dejar de tener sentido este tipo de encuentros. Javier tiene que darse cuenta de que no puede convivir con este desorden en la gestión”. Ya sea por su demanda, o por efecto de la entraña, esta vez Milei tomó nota y actuó. Así armó el plan que jamás hubiese elegido para un viernes a la noche si no hubiera sentido una necesidad absoluta: reunirse en la Casa Rosada con legisladores aliados para hablar de política. “Se tuvo que meter Javier a ordenar porque la situación había desbordado el margen de los operadores habituales”, comentó un hombre cercano al Presidente. Una plegaria en el altar del pragmatismo. Un tímido primer paso para recomponer los vínculos que lo protegían en el Congreso hasta hace sólo un mes.

Por esta vía Macri recuperó algo de la influencia perdida. Le mostró el abismo a Milei y lo forzó a consensuar. Del mismo modo que Cristina Kirchner retomó protagonismo por la negociación de la Corte. Ambos exhiben un poder menguante (Macri no pudo evitar contradicciones entre sus propios legisladores y Cristina fue desafiada por José Mayans en un cruce de consejos psiquiátricos), aunque recobraron vigencia. Está claro que en el cielo Milei está solo, pero cuando se ve obligado a bajar a la tierra debe pactar con el pasado. Él tiene los votos que le son más esquivos a los expresidentes. Ellos tienen los resortes de los mecanismos que mueven la maquinaria. Es un rompecabezas complejo, reflejo de un país desconcertado.

Mientras Milei intentaba atar por un lado, el zurcido se le descocía por el otro. La traumática salida de los bloques de La Libertad Avanza de Lourdes Arrieta y de Francisco Paoltroni dejó secuelas fuertes. Pero fueron situaciones distintas. La diputada había roto todos los códigos internos con la denuncia a sus compañeros y al presidente de la cámara, Martín Menem. “Ella llegó de la mano de Martín y fue una malcriada por todos, ya que era joven e inexperta. Nadie esperaba que terminara haciendo una denuncia penal. Después de eso nadie la quería más en el bloque”, confesó un legislador libertario. Es la segunda escisión en pocos meses, ya que con la Ley Bases Oscar Zago, el exjefe, armó un minibloque aparte de tres. La hiperfragmentación en la Cámara de Diputados empieza a transformarse en un damero inmanejable.

El caso de Paoltroni tuvo otra dinámica. Fue expulsado por un pedido de Milei, transmitido al jefe de bloque, Ezequiel Atauche. Si bien estaba previsto para más adelante, la decisión se anticipó por el tono exuberante que tuvieron sus intervenciones contra Lijo. Allí anidó otro profundo problema interno: el rol de Victoria Villarruel. El dato más grave ya no es sólo su pelea con los Milei sino su defección como articuladora del oficialismo en la cámara. Está sin conexión con todo el Gobierno y sin diálogo con su bloque, al punto de que se enteró del corrimiento de Paoltroni por los medios. “Está enojada y fastidiosa porque dice que la operan todo el día. Entonces anda de brazos cruzados y se dedica a su agenda”, comenta un senador aliado.

Detrás de la ruptura de Arrieta y de Villarruel emerge la agenda inmaterial que los libertarios incluyeron en su campaña, pero que ahora Milei duda en agitar. Por eso en el Gobierno se despegaron de la propuesta de la vicepresidenta para reactivar las causas por los atentados de la guerrilla y se desentendieron del tour a Ezeiza para visitar a los condenados por delitos de lesa humanidad. La designación de Nahuel Sotelo como nuevo secretario de Culto y Civilización (otro ladrillo de Karina en la pared de Diana Mondino) también reavivó la oposición a la agenda de género, el aborto y las cuestiones ambientales. En una entrevista con LA NACION el nuevo funcionario explicó el cambio de nombre que sufrió su área, antes denominada sólo como Culto: “Cada vez que Javier sale del país, pone en valor a la civilización argentina. Europa y los Estados Unidos nos miran porque nosotros estamos en el trabajo de levantar a la Argentina con los valores y los principios fundantes de este país. De ahí el nombre”. Pobre Samuel Huntington, que dedicó 30 años de estudio para hacer su célebre libro Choque de Civilizaciones, donde determinó que en la humanidad coexisten ocho civilizaciones distintas, pero no identificó la argentina.

Pero más allá de las ambiciones libertarias, hay una realidad ineludible que el resto de la dirigencia opositora parece no detectar y que el sociólogo Pablo Seman resume con agudeza: “En los últimos meses se acentuó el sentido de cambio de etapa histórica que estamos viviendo, porque independientemente de cómo salga Milei de esta experiencia, de cómo le vaya en las elecciones, se consolidó un nuevo estado de opinión y un nuevo estado de la imaginación política en la Argentina”. Milei porta la invitación a un paraíso, aunque muchas veces se confunda con un espejismo.

La Nación
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